Al
inicio de febrero, llore o ría la Candelaria, se despertará la savia de los
árboles y apuntarán las gemas en las ramas desnudas; en marzo muchos sueños que
uno alimentó con el año nuevo ya habrán sido derrotados; en cambio, las flores que perdieron los almendros han
sido recuperadas por los cerezos. Mientras las
gotas metálicas del deshielo caen de los cobertizos sobre el humeante estiércol
del ganado, de la última nieve resplandeciente de abril nacerán rosas en mayo y
las nubes pasarán por las veletas de los campanarios cargadas de bienes o
llenas de maleficios contra el trigo y el viñedo que peina las lomas. Sin duda,
ante la puerta del verano, con la fe renovada, pensarás: tengo que rebelarme,
no voy a dejar que me machaquen más, quiero luchar. Aquellas gemas que despertó
la savia serán frutas en los mercados, cerezas de junio, ciruelas de julio,
fresquillas de agosto, moscatel de septiembre. Mientras el sol decline la luz
para pudrir las hojas amarillas de otoño, si finalmente has conseguido no
rendirte, obtendrás también tu propia cosecha, tal vez la brisa deliciosa de un
amor, el deleite de las risas con los amigos, la gracia de un placer secreto
que te conceda un dios pagano. Cuando en noviembre se cierren los días y el
recuerdo de los muertos fermente bajo tierra, surgirá del légamo el presagio de
que todo va a resucitar de nuevo. Diciembre dejará caer el sol en el abismo,
pero con el solsticio de invierno volverá a crecer desde las tinieblas y ese
será el momento de recuperar la inmortalidad de cada hora.
Imagen: Ana&Rquía.©
Música: Alison Moyet -
Dido's Lament: When I Am Laid In Earth