“Preferiría
no hacerlo”.Es lo que siempre me contesta mi Pereza cuando le sugiero algo
distinto a la apatía. Y como no puedo dejar de ser una persona comprensiva, siempre me doblego a
su santa voluntad.
De acuerdo. Admitía que a veces
era algo fantasiosa. Pero nadie podía negar que a través de las grietas había aparecido un
unicornio blanco. O al menos eso creía ella. Blanco era. Cuerno tenía. Quizá un
poco gordo para ser unicornio, pero, ¿quién no engorda en Navidad?
He
descubierto que padezco el síndrome de “las oscuras golondrinas”. Me niego a
aceptar que aquellas golondrinas que aprendieron nuestros nombres ya nunca volverán.