Nunca
había visto mi ciudad tan desnuda. Era como caminar en un desierto de piedra.
Tampoco la conocía tan muda. Solo se oía la sinfonía de los pájaros en las
copas de los árboles, con sus ritmos y sus cadencias. Una solo tenía que
dejarse llevar por su canto como cuando escuchas una melodía. Sentí una sensación de
irrealidad. Era al amanecer, justo cuando el día se desespereza. Noté como la
mañana abría la boca. Entonces, vi una luz fragmentada que se
escondía detrás de las estatuas y caminé sonámbula buscando su rastro, en un
juego de laberintos que me aturdía. Después, vagué por las calles sin
rumbo y el agotamiento me obligó a
descansar. Estuve una eternidad allí sentada, intentando entender por qué el
tiempo avanzaba tan despacio. Sobre un lecho de
piedra los caracoles se movían con la lentitud propia de la hierba al crecer.
Texto
e imagen: Ana&Heterónimas.©